La resiliencia de Joseline, Gladys y Kathleen, mujeres afrodescendientes que viven en la Ciudad de México, es única. Con orgullo, humor y mucho amor propio han aprendido a encarar el racismo y la discriminación que viven todos los días por el color de su piel, a lo que se suma el hecho de que son mujeres, su condición de migrantes o sus orígenes.
En México, el 2 por ciento de la población total, es decir unas 2.5 millones de personas, se reconoce como afrodescendiente. Guerrero, Estado de México, Veracruz, Oaxaca y la Ciudad de México son los estados con la mayor concentración de personas afromexicanas, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
Conoce las historias de Joseline, Gladys y Kathleen, quienes fueron entrevistadas por ONU México en el marco del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo) y el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial (21 de marzo), cuyo lema de este año es “Un decenio de reconocimiento, justicia y desarrollo: Aplicación del Decenio Internacional para los Afrodescendientes”.
En el Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015 y 2024) la comunidad internacional reconoce que este sector de la población representa un grupo diferenciado, cuyos derechos humanos deben promoverse y protegerse ante las secuelas de la esclavitud y el colonialismo que siguen destruyendo vidas y mermando oportunidades.
Racismo en México, difícil de reconocer
Apenas tenía 3 años cuando Joseline Morales vivió por primera vez la violencia racista. Fue la mamá de una amiga de la escuela quien la interrogó sobre sus orígenes lo que la hizo sentirse diferente y ajena a su familia solo por el color de su piel.
Luego, en la secundaria, cuando denunció al profesor de civismo que la acosaba, éste empezó a decir que no se juntaran con ella porque “las negras olían horrible”.
“(Dicen que) olemos mal, somos flojos, no somos inteligentes. Te minimizan (…) Por verme piensan que no hablo español o dicen: ‘mira, esta gente ya nos está invadiendo’. O cosas de temas sexuales; la exotización hacia las cuerpas de las mujeres negras también es mucha. Piensan que las mujeres negras vienen a prostituirse o a hacer trabajo sexual (…) Hay mucha gente que no puede creer que yo sea abogada”, cuenta Joseline, quien se identifica como una mujer afromexicana y afrodiaspórica, hija de madre mexicana y padre beliceño.
Es difícil reconocer el racismo en este país, indica Joseline, porque mucha gente te dice que “en México somos bien llevados” o que “eres muy sensible”. Pero hasta en los insultos hay una connotación racista: “Siempre es un ‘maldita negra, siempre con ese adjetivo”, comenta.
“A mí me ha fortalecido decir: ‘Sí, soy negra. Con mucho orgullo’. Hago notar mi cabello, mis facciones”, destaca Joseline, quien trabaja activamente en su comunidad, en Iztapalapa, para visibilizar y dignificar a la población afrodescendiente a través de la cultura, la información y la educación, sobre todo ahora que han llegado más personas procedentes de Haití a la Ciudad de México.
“Se le tiene mucho miedo a la migración, pero, sobre todo, a la migración negra”, destaca.
Joseline, quien es madre de un joven de 16 años, sueña con un México libre de racismo y discriminación para su hijo y para toda la comunidad afromexicana del país.
Aceptación y amor propio contra el racismo
Gladys de León Trinidad es de República Dominicana y vive en México desde el año 2000. Aquí estudió Negocios Internacionales y actualmente trabaja como cantante; es mamá y paga impuestos como cualquier ciudadana responsable. En la calle, sin embargo, no deja de recibir insultos como: “Pinche negra. ¡Ya regrésate a tu país!”.
“Es humillante que te traten así”, dice Gladys, quien asegura tener un sinfín de anécdotas amargas durante estos 24 años viviendo en México por el hecho de ser una mujer afro. Muchas de esas experiencias han sido en la calle, otras en la escuela y el trabajo.
Durante la universidad, cuenta, un compañero la evadía o hasta limpiaba la silla donde ella se había sentado. “Me dolió mucho, fueron cuatro, cinco años de carrera que me la pasé sufriendo”. Después, en su trabajo, resintió los celos profesionales y las humillaciones. “Tipo de que te quieren hacer quedar mal con un jefe (…) Me ha costado mucho por lo cerrado que está el sistema”, comenta.
“México es un país encantador, lo amo (…) Pero hay cosas que están muy arraigadas todavía en cuanto a la cultura y la visión que tienen del extranjero, sea mujer, hombre o una persona de color como yo: afro”, asegura.
Si bien se trata de un problema estructural, Gladys comparte que ha salido adelante y hasta fortalecida a base de mucho orgullo y amor propio. “Es quererte primeramente tú, aceptarte como persona o como ser humano en la sociedad que vives. Ese amor que tú tienes lo vas a reflejar y esa seguridad también la vas a reflejar”.
Gladys también sueña con un mejor México para su hijo y todas las personas migrantes y afrodescendientes.
‘Mejor reírse a sentirse pequeñito’
Desde que sale de su casa, Kathleen Murrain sabe que vivirá algún comentario por el color de su piel: “No sabe una si la van a halagar, a tratar bonito o si te van a escupir. Pueden pasar las dos cosas al mismo tiempo. Con 15 minutos de distancia una persona te puede estar pidiendo matrimonio porque te ven la cosa más exótica del mundo y al rato una persona te está escupiendo y te está diciendo que te vayas de aquí ‘maldito negro’. (Pasa) todos los días”, comenta.
“Ser negra es como ganarse la lotería de la discriminación”, remata Kathleen, traductora, intérprete e integrantes del movimiento de los pueblos por la paz y la justicia, originaria de Bogotá, Colombia, con 2 años de residencia en México.
Por esa razón, y pensando principalmente en las futuras generaciones, Kathleen se dedica a visibilizar las historias de personas afrodescendientes alrededor del mundo. Pero lo hace hablando no solo de las malas experiencias sino también de los grandes aportes. “Somos gloriosos, somos varios pueblos llenos de historia: tenemos el tango, la cumbia, el rock, el blues, la música, enfermeras, doctores, de todo”, destaca.
“Me interesa que no nos sintamos solos. Es para mejorar las condiciones de uno (…) Que a los nietos de uno no les toque o que sepan responder cuando son escupidos en la calle, cuando los tratan mal, cuando reciben chistes en el colegio”, agrega.
“Ríanse mucho”, recomienda, ante las múltiples expresiones de racismo, discriminación o xenofobia. “La risa es un grandioso método para enfrentar este tipo de cosas. Aprendan a sacarle el humor. Yo sé que muchas veces es tremendamente difícil, pero hay cosas ridículas. Mejor reírse de eso o buscar ridiculizarlo a sentirse pequeñito”.
Kathleen sueña con un México y un mundo donde las personas de origen africano no tengan que pelear por sus derechos más básicos.