Este domingo fui testigo de cómo un jugador de fútbol americano se consagraba en el más grande de todos los tiempos, ganando su séptimo súper bowl. Y con mucho orgullo les decía a los que me acompañaban que yo vi debutar a ese jugador y les conté la historia de cómo de ser un suplente se convirtió en el más grande.
Terminé mi historia repitiendo unas palabras que cuando le preguntaron si no tenía nervios de ser un novato y jugar un super bowl, contestó: “sí, tengo muchos nervios pero en la primera jugada se quita”.
Al recordar esta historia, me sentí contento de ser testigo y ver al mejor jugador de todos los tiempos, y que muy difícilmente lo van a superar, pero también me di cuenta de algo más ¿a cuántos hombres geniales he tenido la oportunidad de ver y cuantos han partido ya? ¿a cuántos genios de la literatura les he tenido que decir adiós, de las ciencias sociales, pero sobre todo a cuántos revolucionarios y líderes mundiales les he dicho adiós?
Poco a poco esas grandes estrellas se han apagado. Son pocas las personalidades del siglo XX que perduran.
Menciono una: la Reyna Isabel, que se le puede criticar o no, pero que en su momento fue una líder mundial que supo marcar diferencia.
Cuando la última luz de ese firmamento de estrellas se apague, les aseguro que por mi rostro caerán lágrimas de tristeza, tristeza de saber que un siglo ya acabó, tristeza de saber que el mundo donde vivieron mis padres y hermanos ya no es.
El siglo XX agoniza y se lleva a grandes líderes con los que crecí, los revolucionarios que con su fuerza, fe y coraje cambiaron la historia.
Miro hacia adelante y sólo espero tener la vida suficiente para ver ahora en este siglo a grandes líderes que se esfuercen por mejorar la condición humana.
Para los que me leen y para las nuevas generaciones sólo me queda decir: revolucionemos el mundo, pero hagamos una revolución con ideas porque una revolución sin ideas es una revolución estéril, muerta.