Las ventanas rotas

El profesor Philip Zimpardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Su objetivo era ver qué ocurría.

¿Qué pasó? El auto abandonado en el Bronx comenzó a ser saqueado en pocas horas y robaron sus componentes. A los tres días no quedaba nada de valor. Luego empezaron a destrozarlo.

¿Qué pasó con el otro auto? El auto abandonado en Palo Alto en parecidas condiciones, se mantuvo intacto. No pasó nada. Durante una semana, el coche siguió igual.

El experimento siguió con su segunda fase, del auto que se encontraba en Palo Alto, se abollaron algunas partes de la carrocería con un martillo y rompieron un vidrio del automóvil y ¡pum!, el resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx, el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el otro. Como si se tratase de la señal que los honrados ciudadanos de Palo Alto esperaban.

¿Pero, por qué pasa eso? Esto me llamó la atención, si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban destrozadas por los vándalos. ¿Por qué? Quitando la parte divertida de romper cristales, la ventana rota envía un mensaje: aquí no hay nadie que cuide de esto.

Tiene que ver con la psicología humana. Un cristal roto transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, de ausencia de ley, de normas y reglas. Cada ataque que sufrió el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos cada vez peores se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.

Se ilustra con la siguiente frase: «Si otros pueden hacerlo, ¿por qué yo no?» Esto conduce a un aumento en el número de delitos graves. Por el otro lado, el trabajo activo para prevenir infracciones menores y castigar a los infractores, incluso de las normas más insignificantes, crea una atmósfera de intolerancia.

Creo que la sociedad mexicana tiene muchas ventanas rotas que han incitado a que se cometan delitos que a la luz del tiempo se hacen cotidianos, no se tiene que ser moral o inmoral, se tiene que hacer lo necesario para que el desarrollo humano sea el justo y correcto.

El filósofo Kant decía hace muchos años: “actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal”.

Agradezco a mi acompañante de vida, Elena, por enseñarme y explicarme esta teoría.

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