Las crisis golpean más duramente a las personas más vulnerables. Uno de esos grupos es el de los jóvenes, que está particularmente expuesto al impacto socioeconómico de la pandemia provocada por el virus.
La transición hacia el empleo decente representa un desafío enorme para las personas jóvenes, incluso en tiempos de máxima prosperidad económica. Así lo indican las cifras de 2019 (previas al brote del virus), según las cuales una de cada cinco personas menores de 25 años (el equivalente a 267 millones de jóvenes a nivel mundial) se contaba entre los “nini”, esto es: quienes no trabajan, no estudian ni reciben formación.
Son cinco las razones por las que los hombres y las mujeres jóvenes se verán particularmente afectados por las repercusiones económicas de la pandemia de COVID-19.
Una recesión afecta más a los trabajadores jóvenes que a los colegas de más edad y experimentados. La experiencia indica que los trabajadores más jóvenes suelen ser los primeros en ver recortadas sus horas de trabajo o ser despedidos. La falta de redes y de experiencia dificultan más la búsqueda de otro trabajo (decente), y la situación puede empujarlos a trabajos con menos protección jurídica y social. Los emprendedores jóvenes y las cooperativas de jóvenes afrontan problemas similares, pues una situación económica ajustada dificulta la obtención de recursos y financiación; además, desconocen cómo afrontar escenarios comerciales complicados.
Tres de cada cuatro jóvenes trabajan en la economía informal (en particular, en países de ingreso bajo y de ingreso mediano); por ejemplo, en la agricultura o en pequeñas cafeterías o restaurantes. Sus ahorros son escasos o nulos, de modo que no pueden permitirse quedarse confinados.
Muchos trabajadores jóvenes tienen una “forma atípica de empleo”, como los trabajos a tiempo parcial, los trabajos temporales, o los del sector de las plataformas digitales. Estos trabajos suelen estar mal pagados, tener horarios irregulares, gozar de escasa seguridad en el empleo y de escasa o nula protección social (licencia remunerada, cotizaciones jubilatorias, licencia de enfermedad, etc.). A menudo, no habilitan al trabajador a percibir prestaciones de desempleo, y en muchos países, las instituciones del mercado de trabajo que podrían ayudar, como las oficinas de empleo, son ineficaces.
Por lo general, las personas jóvenes trabajan en sectores e industrias especialmente afectadas por la pandemia de COVID-19. En 2018, aproximadamente uno de cada tres trabajadores jóvenes de los Estados miembros de la Unión Europea trabajaba en el sector del comercio al por mayor o al por menor, la hotelería y la restauración (como asistentes en tiendas, cocineros, camareros, etc.), precisamente, las actividades comerciales que se prevé serán las más afectadas por la crisis del COVID-19. Es probable que las mujeres jóvenes en particular se vean afectadas, pues representan más de la mitad de las personas menores de 25 años empleadas en esos sectores. Por ejemplo, las mujeres representan el 57 por ciento de las personas jóvenes en los servicios de restauración y hotelería en Suiza, y el 65 por ciento en el Reino Unido.
Frente a los demás grupos de edad, el grupo de los trabajadores jóvenes es el más amenazado por la automatización. Un reciente estudio de la OIT indica que el tipo de puestos de trabajo que ocupan tiene más probabilidades de automatizarse total o parcialmente.
Así pues, aunque la emergencia por el COVID-19 vaya a afectar a casi todos los habitantes del mundo, independientemente de la edad, los ingresos o del país de que se trate, es probable que los jóvenes se vean especialmente perjudicados. Por lo tanto, cuando los líderes mundiales elaboren paquetes de medidas de apoyo y estímulo, tienen que incluir medidas especiales para ayudar a los jóvenes, y velar por que los planes de apoyo los incluyan, ya se trate de asalariados o emprendedores.
El aumento del desempleo juvenil no solo perjudica a los interesados, sino que acarrea también un elevado costo a largo plazo para las sociedades. Incorporarse al mercado de trabajo en una recesión puede provocar en los jóvenes una pérdida de ingresos significativa y persistente capaz de prolongarse durante toda su carrera. Si se ignoran los problemas específicos de los trabajadores jóvenes se corre el riesgo de desperdiciar talento, estudios y formación, por lo que las consecuencias del brote de COVID-19 podrían prolongarse durante décadas.